lunes, 5 de septiembre de 2016

La que no debe ser nombrada.


Eran las cinco de la mañana y el calor no le dejaba dormir, se dio la vuelta por enésima vez y allí estaba con sus antenas enormes trepando por la pared de la habitación. Bajaba desde la ventana lo que le hacía sospechar que podría ser voladora, ¿cómo si no habría podido subir al primer piso? Entró en un pánico sosegado, una casa adosada te hace padecer estados de histeria de forma contenida y educada, más si son las cinco de la mañana y pared con pared se encuentran dos gemelos (de sueño ligero y buenos pulmones) de tres años. Era imprescindible no despertarles. Se acercó a la cómoda que se encontraba bajo aquel insecto y cogió el pijama, le gustaba dormir desnuda, pero imaginar que aquello podía volar y posarse en su cuerpo desnudo le hacía temer por el mantenimiento de ese estado contenido de histeria. Así que superó sus miedos y se acercó a ella aunque fuese por una milésima de segundo. Tenía que pensar, aquello era más asqueroso pero ella era más inteligente, había que trazar un plan teniendo en cuenta el poder de cada uno. Salió en busca de una escoba, un spray anti-insectos, un bote de lejía y un zapato, sin saber muy bien que pretendía hacer con ello. Esas eran las armas con las que procedería pero aún no tenía un plan. 

Cuando volvió con sus herramientas aquello ya no estaba allí, se asustó, nada es más terrible que perderla de vista, pero inmediatamente descubrió que se encontraba ahora posada en la siguiente pared, ¿cómo se había trasladado tan rápido de una pared a otra? Ya era evidente que volaba y ella cada vez se sentía más y más impotente. Desde el pasillo esperaba a que todo se solucionase solo, aún sabiendo que eso no iba a ocurrir, que por mucho que lo desees sólo podría “solucionarse solo” si la perdía de vista y la psicosis derivada de ello sería mucho peor que enfrentarla. Volvió a asomarse, hacia cosas extrañas, llevaba un rato dando vueltas sobre sí misma, como si no supiese si seguir hacia adelante o volver por dónde había venido. Con tanta vuelta se ve que perdió equilibrio y cayó… Aunque ella no se quedó a verlo y salió disparada y en silencio hacia el pasillo. Tomó aire y decidió volver a entrar y cuál fue su sorpresa al descubrir que estaba en el tercer muro de una habitación cuadrada, justo a su espalda durante unos segundos, frente por frente a la ventana por la que entró y ya al lado de la puerta que daba al pasillo refugio. Estaba muy cerca, podía darle con la escoba desde el pasillo, pero apareció un nuevo temor, la cercanía del hueco de la escalera con la puerta del dormitorio. ¿Y si fallaba el golpe, salía a volar y ella nerviosa caía por las escaleras? Ese plan tenía lagunas, debía acertar con el golpe y a la primera, y no sabía si daría el resultado esperado o tendría consecuencias dramáticas. 
Entonces lo pensó, debía bajarla al suelo, desde ahí les resulta más difícil volar, debía entonces evitar que se pudiese esconder, definitivamente debía conseguir que cayera en el suelo del pasillo donde no hay muebles. Cerró todas las puertas de los demás dormitorios y cogió el spray rociándola con sutileza, evitando hacer ruido. Al principio ni se movió, insistió y acabó cayendo al suelo y como tenía previsto corrió despavorida hacia el pasillo, allí la esperaba ella que de un pisotón fusionó en un instante el miedo y el asco notando su gelatinoso cuerpo bajo la suela débil de su zapatilla. Cogió el otro zapato y la remató, por caridad, ya que no podía evitar sentir lástima de su agonía, de la incapacidad de su asco para dar un golpe fuerte y efectivo que le había dejado intentando sobreponerse sobre las dos patas delanteras. De pronto se había dado cuenta que la que no debía ser nombrada era un ser vivo, un ser vivo que dudó porqué camino tirar, un ser vivo que se equivocó claramente. ¡Qué asquerosa victoria! Y ahora a dormir…