Cautivos y desarmados como el ejército rojo en 1939 así nos encontramos muchos en estos tiempos grises y de aceras. Íbamos a tomar las calles y las plazas, a ser remedio, y finalmente lo fuimos, sólo que aún no se ve. Pero mejor ir lento cuando se va lejos...
Y somos como adolescentes sin pandilla, con mal carácter, que navegan por un río turbulento hacia un mar al que no quieren llegar, a la mutación social establecida, al esperpéntico ser fruto de múltiples contaminaciones. Y descubres que el anciano no es sabio y que el demonio sabía más por rebelde que por viejo y que probablemente dios no exista más que para oponerse a Lucifer. Finalmente sólo puedes admirar a los niños, con sus cabecitas tan ecológicas. Y miras dentro de tu mochila, cuántas piedras, piedras que jamás necesitaste y que aparecen como montañas de 30m de fosfoyeso al lado del Odiel.
En la mutación muchos hemos ganado un tercer ojo, ese que nos permite ver la dolencia, descubrir que adolecemos de adolescencia. Y sabemos que Perdida no es una Generación, sino la parte vital de una estructura para seguir viva.
Nacer siempre duele, pero no enferma y nosotros sabemos recorrer caminos en paralelo y por la misma senda, rompiendo con las leyes de la física o confirmando aquello de que el tiempo no existe y la realidad es sólo una creación lingüística.
Y nos dirán ahora toca trabajar y mantener la especie, y cada vez más solo... Cásate, repite esquemas, sabemos que no funcionan pero no tenemos más recetas. Y tú piensas, y si yo si puedo innovar en esta cocina. ¿Y si deconstruimos la paupérrima construcción social que nos imponen?
Nos tocó ser una generación encontrada, nos encontramos en las plazas, en la red, y no estaremos cada vez más solos pero si seremos cada vez más únicos. Dejemos los viejos esquemas, la vejez está sobrevalorada, seamos como los niños, con sus cabecitas, tan y tan ecológicas.