Hay un reptil no venenoso y que nocturno habita en mis zonas
húmedas y bajas. Despavesa, sin pulmones, mi cueva cerrada y cenicienta, de cal
gris, de ceniza y canto, para encorar mi epidermis con su cuero. La bejuquilla,
silvestre o selvática, es serpiente que nace y desemboca, con la indecisión
amable de un amante, en ríos y cataratas por las piernas. Su piel fría que te
abraza, abrasa los volcanes ya dormidos para llenar la montaña con su magma. Y
si te penetra de noche, en madrugada, te devuelve del sueño al inconsciente, a
la tierra, a la carne y a la nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario