lunes, 22 de junio de 2015

Hegemonía competitiva y lucha cooperativa.

Aristóteles estableció oposiciones para describir el mundo. Así a través de dos listas nos dijo que existía “lo bueno y lo malo”, “lo racional y lo emocional”, “el cielo y la tierra”, “el hombre y la mujer”…

A partir de ahí quedó bastante claro que todo esto debía leerse como un listado, así lo bueno se corresponde con lo racional, el cielo y el hombre. Mientras que lo malo está en contacto directo con lo emocional, la tierra y la mujer. No puedo decir que todo esto lo inventara Aristóteles, pero su sistematización ayudó a generar una hegemonía de pensamiento que es la predominante del mundo occidental. El término “hegemonía” viene del griego y significa “guiar”, “preceder”, “conducir”, por tanto debemos atender a cómo este planteamiento hegemónico ha marcado el devenir de nuestra historia y cómo sigue repercutiendo actualmente.

    
     Si hacemos un breve recorrido por la historia de la humanidad veremos que la oposición entre dos
elementos es clave para el análisis de la misma, Aristóteles y otros nos enseñaron a pensar así. Sólo sabemos pensar a través de listados infantiles en constante oposición. Y además debíamos pensar porque lo emocional estaba en el listado de lo malo…Y surgieron los países y los había buenos y malos, y describimos las razas (que sólo hay una: la raza humana) pero que se presentan en dos categorías: las buenas y las malas. Y los países buenos con las razas buenas, invadieron a los otros y les impusieron su “bondad”. Y de camino impusieron este sistema de pensamiento, tan propio de esos “países buenos”. 

 Si el recorrido lo hacemos por la historia de la vida privada comprobaremos que Aristóteles no se equivocaba: había hombres y mujeres (al menos desde una perspectiva puramente genital). Y uno era bueno y la otra mala (lo ponía hasta en la Biblia). Y como con los países, los hombres que eran los buenos y los racionales debían imponerse a las mujeres que eran las malas y las emocionales.



 Si nos vamos al plano espiritual se establece la distinción “cielo y tierra”, lo elevado y lo cotidiano. Y el cielo se identificó con la deidad (poco a poco y sin prisas) y la tierra con lo humano en su sentido más mísero espiritualmente. Y miramos al cielo y nos olvidamos de la tierra, y la destruimos, la utilizamos, y obviamos que vivimos en ella. Se crean grandes religiones que te prometen paraísos celestiales “allá arriba” y la tierra se convirtió por tanto en un valle de lágrimas que sería recompensado por el cielo. Y como los países buenos con las razas buenas y los hombres buenos y racionales, el cielo se impuso a la tierra. El cielo era racional y viril, la tierra femenina y emocional. Y ya sabemos cuáles son los rasgos “buenos” y los rasgos “malos” y a quién le corresponden. 

El racionalismo mal entendido, ese que obviaba que todo planteamiento está en estrecha relación con una emoción, ese mismo que no sabía pensar sin establecer oposiciones, que dijo ya de antemano que era lo bueno y lo malo y estableció listas, creó nuevas oposiciones, cada vez más locas, más irracionalmente racionales. Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: reyes y vasallos, ricos y pobres, patrones y obreros, heterosexuales y homosexuales… (Porque sí, esa distinción también parte de la base de que no podemos explicar nada sin oponerlo con otra cosa y encasillarlo en una de las dos listas que marcan nuestro pensamiento. Un rasgo bueno y uno malo. Uno racional y otro emocional. Celestial o terrenal…) 

Habitualmente hablamos del sistema para referirnos a un sistema político o económico determinado. Si algo hemos aprendido es que esos sistemas se modifican con los años, surgen nuevos, no se vive igual ahora que en el siglo XII, los valores son otros… Y sin embargo, hay algo que recorre todo el pensamiento de nuestra historia y es el sistema de oposiciones donde siempre se va a imponer el término “bueno” al término “malo”, es esa estructura, ese listado. Que al fin y al cabo se sustenta en el planteamiento de que debe existir un opresor y un oprimido (por la gracia de dios y de Aristóteles) porque así vence el bien al mal, lo elevado a lo mediocre. Y ya tenemos el componente moral que corona la obra. 

 Un listado basado en la competición, en un sentido bélico de las cosas, que no comprende que la realidad es la suma de sus partes y que la cooperación nos permitiría vivir en un mundo más apacible donde se respetase al ser humano (en su totalidad no en su rol), a la tierra como casa y al cielo como techo hermoso, un mundo que comprendiese que somos pensamientos y sentimientos… Que lo que creemos oposiciones sólo son complementos.,Romper con el listado competitivo nos acercaría a comprender mejor la realidad y cooperar todos juntos para no mantener este mundo irreal e innecesario sino vivir cómodamente con el que tenemos. 

 Así las luchas por romper con estos esquemas son las que hoy por hoy se aproximan más a un cambio real de conciencia. El feminismo, el ecologismo, la descolonización… son procesos de ruptura con el planteamiento hegemónico que distingue y jerarquiza la realidad de nuestro mundo. Por ello no debes ser negro, mujer, homosexual o árbol (permítanme el absurdo) para defender este cambio, simplemente hace falta un poco de inteligencia y de observación, para saber que no nos queda otra si queremos sobrevivir a nosotros mismos. Y tener en cuenta que porque un planteamiento sea antiguo no quiere decir que no sea erróneo o que no se pueda modificar. 

 Nuestro mundo actual, el creado bajo la dominación de este sistema, es un mundo donde la pobreza extrema aumenta cada año (la gente muere de hambre), donde las crisis económicas cada vez son más devastadoras. Se habla de decrecimiento como opción, en un planeta finito que no puede seguir creciendo según el modelo actual… ¿seguimos sin comprender que la tierra esta es la que tenemos? Seguimos pisoteándola porque seguimos sin considerarla importante, la tierra está en lo malo y la defensa de la tierra se sigue considerando un asunto emocional (y te llamarán “abraza árboles” y “perroflauta”). Se sigue sin entender la tierra como parte de lo que somos, en el mismo plano que el cielo, que lo racional, que lo divino y que lo bueno. Y si te emociona una flor eso también es humano y bello y bueno. Porque sigue partiendo de la realidad, de cómo son las cosas, no de sistemas creados sin atender a los componentes que tenemos, que obvia o somete todo lo que se salga de un sistema que quizás tuvo mucho de cielo, ya que a fin de cuentas no deja de ser un planteamiento moral sobre la victoria del “bien” contra el “mal”, pero muy poco de tierra y que por tanto obvió algo muy importante que es saber dónde nos encontramos y con qué recursos contamos. 

 El propio Aristóteles decía que la conciencia era el resultado de un proceso social. El pensamiento hegemónico puede ser modificado, pero para ello es vital conocerlo y enfrentarse a él. Nadie planta cara a algo que no reconoce, que no sabe que existe.

 V. Lenin en 1905 (en los inicios del proceso revolucionario en Rusia) a cuenta del término hegemonía hace la siguiente consideración:

 …la hegemonía pertenece en la guerra a quien lucha con mayor energía que los demás, a quien aprovecha todas las ocasiones para asestar golpes al enemigo, a aquel cuyas palabras no difieren de los hechos y es, por ello, el guía ideológico de la democracia, y critica toda ambigüedad… 

El cambio, ese que ya más que deseable es necesario, sólo vendrá de la lucha, de enfrentarse no sólo a las consecuencias, sino a las causas filosóficas , al planteamiento que subyace en cada uno de nuestros actos. No delegar en la representación política o en los grupos organizados, pese a que su labor sea fundamental. El cambio hegemónico es cultural, debe partir de cada uno de nosotros en cada uno de nuestros días y en cada uno de nuestros actos. Adquirir conciencia sobre lo que somos y sobre lo que falla debe ser el primer paso para este camino que ya sabemos que será largo.

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