domingo, 27 de noviembre de 2016

Un hombre llamado Fidel.




Érase una vez un hombre que comprendió que la guerra era la paz del futuro. Un David que combatió contra Goliat en el lugar sin límites, en este infierno que es el mundo. 

Cuántas noches leyendo sus reflexiones volé en un globo impulsado por sus palabras y desde el cielo, desde el único punto dónde se puede ver, divisé con claridad todo el tercer mundo. Ese que había permanecido oculto a los ojos y a las consciencias, incluso la de los más conscientes. Ese al que le cambian el nombre para subsanar con palabras la historia macabra contras sus pueblos, y aceptan solución en el cambio de discurso. Pero ya sabíamos que la guerra era la paz del futuro. Y así me llevó desde Cuba hasta Angola, y nos mostró la historia inversa de la barbarie en el camino y la deuda eterna (que no externa) de los pueblos hermanados por la sangre que fue derramada para seguir engordando a la bestia. Pero él se reía de la bestia mientras su pueblo aplaudía “nº24 United Fruit Company nacionalizada” y así en el acto dejaban de ser parodia simbólica, dejaban de ser república bananera.

 Dice Silvio de él: “Yo no sé si él cree que puede existir un cielo en la tierra, lo que seguro cree es que es imposible no luchar por eso”. 

Un hombre al que su padre terrateniente envió a estudiar leyes para proteger sus intereses y a cambio le devolvió una reforma agraria porque sus intereses ya eran los de todos los cubanos. 
 Alfabetización, sanidad, vivienda… Y preguntaba “¿Os gusta? Pues esto es socialismo”

Y siguió caminando con dificultad, a veces se caía, ¿quién no?Y visitó la patria grande y dijo “tú lucha es mía” en Chile, en Nicaragua, en Venezuela. En Sudáfrica, en Vietnam, en los campamentos saharauis… Su lucha es nuestra. 
 Goliat dañado en el orgullo, lo peor que se puede dañar a un arrogante, le intentó asesinar más de 600 veces, le bloqueó, les atacó, perpetró ataques múltiples. Y aún así el lúcido David, armado con su honda, que no era más que ese globo, ese impulso que le llevaba al cielo -o al menos a luchar por él- y que le hacía ver el mundo desde él único punto en el que se puede ver, le hizo mantenerse intacto, resistente, adelante y “hasta la victoria, siempre”. 

 Tenía 90 años cuando partió al lugar del que vinimos, sea cual sea ese lugar. Su lección, en cambio, permanecerá por siempre y podremos decir que hubo un hombre que se llamaba Fidel que luchó solo contra el imperio, que puso al tercer mundo en el mapa y que sólo con azúcar alimentó a un pueblo aislado e insular con medicinas, con educación, con vivienda, con participación, con pueblo… Con dignidad. 
 ¡Hasta siempre, comandante!