miércoles, 21 de enero de 2009

Sin título.


Era una fría mañana en algún lugar caluroso del mundo. Sonaban las danzas húngaras de Brahms y sujetaba un vaso de sopa bien caliente. Tomó el periódico y leyó las noticias del día. Hambre, guerras, destrucción, sucesos... Pero entonces vió en una esquina de una de las páginas centrales algo verdaderamente vanguardista. Un hombre decía ser muy feliz, decía estar convencido de que su felicidad debía ser conocida por otros, decía saber el porqué de la especie humana, decía tantas cosas que sonrió la bella dama con su pijama de raso blanco, ella que creía que aquello de la felicidad había quedado escondido junto con la esperanza en la caja de Pandora.
Ciertamente Pandora se había guardado lo mejor de la vida. Mujer egoista aquella Pandora.
El hombre que decía ser feliz era un científico loco que trabajaba en un laboratorio independiente sobre un barco en aguas internacionales. El hombre quería demostrar científicamente como sólo la felicidad y la esperanza son los caminos para el hombre. Según él todos los hombres y mujeres estaban determinados genéticamente para hacer felices a los demás, por lo que el ser humano en tiempos de desastres perdía su humanidad y con ello explicaba que el mundo acabaría hundiéndose y estallando en mil pedazos. Era contranatura la violencia, era congénito el amor.
La mujer del camisón de raso soltó el periódico sobre la silla sin evitar una leve sonrisa.
Volvió a la habitación e hizo el amor con su pareja.

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