jueves, 13 de septiembre de 2012

El espejo del alma.


Yo quería escribir sobre el hastío. Sobre el cansancio y la tristeza que pesan sobre nuestros hombros. No hablaré de Europa, ni de España, ni si quiera de Andalucía, me centraré en mi entorno, en lo que encuentro cada día. 

Cuando paseamos por la calle nos cruzamos con miles de personas. El otro día reflexionaba sobre cuantas de ellas habrán muerto en un tiempo, o cuantas están en paro, tienen problemas sentimentales, están enfermos o tienen un familiar enfermo. No todo fueron desgracias, también pensé en cuantos de ellos serían felices, tendrían pareja, estarían bien solos, tendrían un trabajo que les gustase... 

Después de ese paseo de análisis volví al pesimismo. Miraba a todos lados. Era muy probable que todos tuvieran algo bueno en su vida, pero a su vez se revelaba una tristeza generalizada. Las caras, el espejo del alma que dicen, hablaban y contaban cada una de sus historias, las ojeras, las medias sonrisas... Era demasiado evidente que algo no iba bien. 

Entonces me centré en lo que conocía, en mis amigos, en mi familia. Si lo pienso hemos tenido momentos buenos en este tiempo, ataques de risa, conversaciones agradables. Pero si lo pienso un poco más hemos dado muchísimo valor a esos momentos considerándolo como un bien escaso. 

En ese momento me llegan los porqué... Intento responder conforme a la situación económica. Habitualmente nos dicen que ese es el problema. Estamos vendiendo el alma al diablo en busca de esa estabilidad económica que nos dará la felicidad. Y sin embargo, esta tristeza integral no la soluciona la prima de riesgo. Estamos cansados, aburridos, dolidos, deprimidos, mucho más de lo que lo pueda estar la economía. ¿No será un problema del hombre y no de la economía? ¿No será está la crisis? 

Vivimos agobiados y asustados. Desde los medios de comunicación nos recuerdan a cada instante cada una de nuestras imperfecciones. Nuestros políticos nos hacen culpables de todas las complicaciones y nos castigan como a niños pequeños por ello. La falta de respeto se convierte en costumbre. El insulto pasa a descripción objetiva. Y la culpa, heredada tras tantos años de catolicismo, hace el resto. Somos malos y horribles, terriblemente imperfectos, culpables y castigados. 

Quizás estemos acostumbrados a esta forma de vida, que no es nueva, que no vino con la crisis económica, solo salió del armario, comenzó a ser descarada y evidente, se dejó de sutilezas. Y aquí estamos, viendo como solucionar las cosas, o dejándonos aplastar, con hastío, con desgana... Sin esperanza. Una sociedad sin autoestima será incapaz de evolucionar. En nuestras manos está, sólo en nuestras manos, arrancar esta conciencia de autodestrucción y empezar a crear algo nuevo. Algo hecho para el hombre y por el hombre. Un ser humano fuerte, responsable que no culpable, libre, imperfecto y por ello maravilloso. 

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