lunes, 15 de diciembre de 2008

Carta de amor y servil vasallaje hacia la literatura.


Mantengo una relación estable con esta ciencia del espíritu, con este arte. Además desde hace cuatro años caímos en el convencionalismo de academizarla. Desde entonces hemos tenido algún que otro problema, pero siempre de carácter burocrático, ya que nuestras relaciones íntimas siguen siendo plenamente satisfactorias.
De ella me gusta su lenguaje. Es un lenguaje distinto, lleno de imágenes, cargado de significación. Mi amante nocturna sabe darme sus mejores palabras. Ella tiene la capacidad de hacerme sentir bien en los peores momentos y de arroparme y aliviarme mis miedos en la noche.
Me considero una persona viajera, y mi amada es la mejor compañera de viaje, es la invetora del teletransporte. También creo que tengo algo de idealista y sólo ella es capaz de recrear mundos quiméricos para mí.
Ella es crítica, es realista, es romántica, es vanguardista... y pese a sus muchas personalidades, eso no la enajena sino que la hace sabia. Ella es inestable, ella está loca, pero ella es matemáticas, ella es mi ciencia exacta.
Cuando pienso en los hijos que hemos tenido, en cómo fecundo mi mente y en lo que ello supuso para mí. Sé que se lo debo todo.
Su magia envuelve a todo el que la quiera escuchar, pero mi amada es paciente con aquel que le vuelve la espalda. Y yo quedo indignada porque sé que quien no la mire, que quien no la oiga, no es nada. Y sé que morirá sin hijos y que no quedará nada de él cuando se lo coman los gusanos.

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